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Alguien nos quiere convertir en Venezuela

por Raúl Marmolejo
Pedro Duran Barajas

Por: Pedro Durán Barajas, sociólogo de la Universidad Nacional.

Soy de tradición liberal y votaré por Petro porque sus propuestas de gobierno son el compendio de las reformas liberales frustradas del siglo XX colombiano, fracaso que de no repararse nos cerrará las puertas del siglo XXI.

La democratización del derecho de propiedad en el campo y la ciudad que intentaron López Pumarejo y Lleras Restrepo. La democratización de la participación política de las masas que ambicionó Jorge Eliécer Gaitán. La universalización del acceso a la educación pública que defendieron los liberales desde el siglo XIX. La mayor carga tributaria sobre las grandes fortunas y no sobre los que menos tienen, que ordena la Constitución de 1991. En suma, las reformas necesarias para que Colombia sea una economía de mercado próspera y democrática, y no el paraíso de la desigualdad donde reinan los especuladores ociosos de la tierra y las finanzas, en medio de una gran masa de gente laboriosa pero miserablemente retribuida, cuando no desocupada.

Por paradoja, resulta que los detractores del Petro lo acusan de pretender para Colombia un modelo económico y político como el que según dicen, arruinó a Venezuela. Ambos planteamientos son falsos. Ni Petro habla de socialismo, ni puede afirmarse que fue solo el socialismo chavista el que quebró a Venezuela.

A lo largo del siglo XX Venezuela fue de los mayores exportadores mundiales de petróleo. Entre 1928 y 1970 fue el primero, y continuó siendo uno de los miembros más importantes de la OPEP hasta hace muy poco. Fue tal el éxito de Venezuela como país petrolero que ese solo ítem de sus exportaciones lo convirtió también en gran importador de manufacturas, servicios, alimentos y bienes suntuarios.

Desde los años treinta, Venezuela fue lo que sus historiadores económicos llaman un “país rentista”, que basaba su economía en un solo producto de exportación, que por ser propiedad del Estado nutría el presupuesto público en un grado mayor que los impuestos. Las élites políticas venezolanas asignaban directamente la riqueza a sus adeptos, o mediante dólares subsidiados y licencias para importar. Esto consolidó el histórico talante autoritario del Estado venezolano, cuya cabeza asignaba riqueza. El país vivía del Estado y no al contrario como en los países normales.

Las seis primeras décadas del siglo XX transcurrieron en medio de dictaduras, salvo breves episodios de democracia. En las cuatro restantes hubo un régimen presidencialista fuertemente centralizado, autoritario y corrupto que nunca perdió la costumbre de fidelizar aliados mediante la asignación de subsidios y rentas públicas. Cuando Chávez ganó las elecciones en 1999 promoviendo un estado socialista, asumió como propias las formas tradicionales y fallidas de la gestión económica venezolana del siglo XX, error al que sumó la profundización de la matriz económica mono-exportadora después que desató un conflicto inútil con el empresariado, al que hostigaba para para ganar legitimidad popular mediante un discurso que enfrentaba a mayorías pobres contra las odiadas élites ricas, adecas y copeyanas.

El chavismo vivió momentos de prosperidad en la primera década del siglo XXI por cuenta de los buenos precios del petróleo, pero su catastrófica ruina sobrevino en el instante en que EE.UU., cliente histórico y casi exclusivo, cesó la compra de petróleo, la venta de insumos y repuestos para la industria petroquímica, y retuvo las utilidades que CITGO, empresa de PDVSA en suelo norteamericano que giraba utilidades a Caracas.

La ruina económica desató una ola migratoria sin precedentes en la historia latinoamericana, que trajo a Colombia cerca de dos millones de personas. La catástrofe fue la obvia consecuencia del bloqueo, sumado a la incapacidad de Venezuela para forjar una economía que le permitiera vivir de algo distinto al petróleo.

Iván Duque, hombrecillo de personalidad liliputiense pero tan irresponsable y vanidoso como su regordeta figura, por tener alguna formación en ciencias económicas sabía que promover el cerco a Venezuela sería una desgracia para Colombia, a donde obviamente migrarían millones de vecinos. Aun así, fue secuaz de la estrategia de aislamiento internacional que él mismo llamó “cerco diplomático”, y que consiste exactamente en escupir para arriba.

Iván Duque adoptó como propia la agenda exterior de los republicanos de La Florida, a la cual instrumentalizó ciegamente la política exterior colombiana, refrendando para la historia su conocida idiosincrasia de títere. Altos funcionarios de su gobierno como “Pachito” Santos o Claudia Blum declararon públicamente la necesidad de “tumbar” a Maduro como prioridad de la diplomacia nacional y dedicaron sus mejores oficios a acorralar internacionalmente al chavismo, lo que sumado al cerco norteamericano y a la ramplonería en todos los órdenes del gobierno venezolano, quebraron definitivamente al país.

El resultado de lo anterior fue la ruina económica total de Venezuela, pero no el fin de su gobierno, que en cambio se ha fortalecido internamente. Cuando nos encontramos en las calles de cualquier ciudad de Colombia a miles de ciudadanos venezolanos y colombianos desempleados o desempeñando oficios pagados miserablemente, cuando encontramos incluso delinquiendo a algunos de ellos, debemos volver nuestra mirada sobre el pequeño Iván, vergüenza hasta de su propio partido y agente mediocre de intereses que no son los de Colombia.

Cuando vemos exacerbarse el narcotráfico y los cultivos de coca que se han desplazado a la frontera de Norte de Santander, cuando vemos los problemas incontenibles de la delincuencia organizada en La Guajira, Norte de Santander y Arauca, cuando vemos a Venezuela convertida en retaguardia de cuanta organización armada opera en Colombia, cuando vemos la frontera empobrecida y a miles de venezolanos caminando por las carreteras del país, debemos reparar en la estupidez y la bobería del rastrero Iván Duque, que buscó esas retaliaciones del estado venezolano, consistentes en agravar en cuanto se pueda la situación de inseguridad y violencia en Colombia, Estado del que solo han recibido gestos inútiles de hostilidad.

Cuando nos digan que Petro quiere convertir a Colombia en Venezuela, lo único que sensatamente podemos hacer es reírnos. Ante una persona meritoria que propone una sociedad liberal pero equilibrada y solidaria, donde prospere la economía de mercado, esa afirmación es insostenible como no sea mediante estigmas sin más sustento que su taladrante repetición.

El que, con sus desaciertos, yerros, debilidad de carácter y vanidad personal nos ha hecho retroceder todo lo que ha podido, como si quisiera convertirnos en Venezuela, es para desgracia nuestra al sujeto diminuto que hoy tenemos de presidente, el señor Iván Duque, que tiene por delante el año que más despacito va a correr en la historia reciente de Colombia.

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