Por: María José Pizarro
La fuerza necesaria para cambiar el rumbo de nuestro destino se arraiga en nuestra ancestralidad, en nuestros territorios, en nuestras comunidades y en nuestra de idea de Nación. Han sido siglos, han sido generaciones, que lo han dado todo, hasta la propia vida, por la libertad de decidir por nosotros mismos cuál ha de ser nuestro destino común.
Desde la conquista, hemos resistido a que nos sometan al fatalismo de la dominación. La cacica Gaitana, Benkos Biohó y Bolívar, lucharon contra el avasallamiento y por la soberanía de nuestra nación y por la libertad de nuestro pueblo. La lucha por ser los autores de nuestra historia sigue vigente.
Las luchas indígenas, cimarronas, campesinas y obreras, han demostrado que el poder colectivo puede derrumbar cualquier figura de dominación, material o simbólica. En el Cauca, las luchas de los pueblos han dado un mensaje claro al país de cuánto el poder de la colectividad es capaz de hacer vacilar la hegemonía de los dominantes. Actualmente, tanto la Minga del Suroccidente como el Paro Nacional del próximo 21 de octubre señalan que los movimientos sociales están en marcha para exigirle al Gobierno y al Estado respeto a la vida, a los territorios y a sus pobladores, democracia y paz.
Esta movilización es la ocasión que se presenta ante nosotros, para unirnos a ese llamado y crear juntas y juntos esa fuerza popular unida y transformadora: ésta es nuestra responsabilidad política. La confluencia de los movimientos sociales y políticos en un mismo impulso hacia la restauración del Estado Social de Derecho, hacia la materialización de nuestros derechos y hacia la preservación de un territorio nacional soberano libre de violencias: ésta es la corriente humana que se tomará en paz las plazas, las calles y las carreteras de Colombia en los próximos días.
Es con base en la complementariedad de esta sociedad plural, en donde los movimientos sociales se inscriben en un esfuerzo político y en donde los movimientos políticos consolidan un programa popular para el cambio que recoja nuestras reivindicaciones, es así que lograremos concretar un momento de transformación. Tenemos el poder de emanciparnos de estas cadenas de pobreza, violencia y opresión, al sentir que la posibilidad de cambio está a nuestro alcance, al atrevernos a cambiar las condiciones de nuestras vidas, al juntarnos en minga para construir un nuevo sentido común.
Nuestra convivencia en hermandad, en libertad y en igualdad de derechos sólo puede construirse democráticamente, es decir con nuestra participación activa. Sin participación ciudadana no habrá construcción colectiva, por tanto, la exclusión a la cual nos han querido someter contradice per se el régimen democrático, hecho de diálogos, acuerdos y consensos. La construcción colectiva de un futuro común es la construcción de consensos políticos.
Volvamos a encontrarnos en las calles, nuestro espacio de reivindicación, bajo un mismo grito, tal como lo hicimos hace 11 meses, cuando las cacerolas y las asambleas locales desbordaron las expectativas del país. Esta fuerza popular que camina por las calles y las carreteras de Colombia, deberá superar la movilización y convertirse en factor de decisión. Seremos una fuerza política tanto en los territorios como en las instancias de decisión, desde las juntas de barrios y veredas, hasta el Congreso y la Presidencia. Una fuerza política que protagonizará un pacto histórico acorde a lo que somos y a lo que soñamos, un pacto histórico que permita construir una sociedad soberana, libre de decidir sobre sus cuerpos, sus vidas y sus territorios.
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