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Compromiso total con el acuerdo de paz y la sustitución voluntaria de la coca

por Raúl Marmolejo
Campesino en su tarea diaria

Motivos desde Norte de Santander para optar por Colombia Humana (1)

Pedro Durán Barajas

La coca es el cultivo más importe en Norte de Santander. En extensión del área sembrada casi dobla al segundo. Pocos lo tienen claro. Tenemos unas 45.000 hectáreas de coca, mal contadas. Le siguen 26.000 hectáreas de palma y 24.000 de café. Nunca ningún otro cultivo alcanzó semejante extensión, ni siquiera el café en su mejor momento.

Hay miles de familias nortesantandereanas que siembran coca en pequeñas parcelas. Gente pacífica, victimizada y desarmada. Campesinos colombianos comunes y corrientes, lo que en este país casi siempre significa pobres y abandonados a su suerte, y en su caso especial, ferozmente estigmatizados como cocaleros del Catatumbo.

El caso es semejante al de otras antiguas zonas de colonización de selva en la Amazonia y el Pacífico. Son campesinos que han sufrido todas las violencias de nuestro atribulado siglo XX y de lo que va del XXI. Para ellos, el país no ha hecho mayor esfuerzo en vías, salud y educación. Están aislados, y por eso sus productos agropecuarios están afectados por sobrecostos, que fueron soportados penosamente durante décadas hasta que se hicieron insostenibles en los años noventa, cuando hubo dos cambios fundamentales en la economía colombiana.

El primero ocurrió por cuenta de una decisión del Estado muy mal calculada como años después lo aceptaron sus propios artífices. Se decidió la apertura del mercado nacional a la producción agrícola del mundo entero, y se enfrentó a los campesinos colombianos con los de países que nos llevaban una ventaja muy grande en la industrialización del campo, como China, Canadá, Brasil y Chile. Algunos productores bien preparados y con fincas cercanas a las ciudades soportaron el embate de la competencia. Otros, los más pobres, los que no conocían el SENA, los que en los noventa apenas tenían acceso a la educación primaria, los que no tenían carreteras sino trochas, no aguantaron y perdieron. Los campesinos del Catatumbo hacían parte de este grupo perdedor.

El otro cambio llegó por cuenta de la modernización normal de los canales de comercialización privados. Crecieron los supermercados y las llamadas grandes superficies, a su vez basadas en grandes cadenas nacionales de comercialización que traían a Cúcuta y Ocaña frutas y hortalizas de regiones como Valle del Cauca, Boyacá, Antioquia y la Sabana de Bogotá, donde la producción agropecuaria tenía un desarrollo mucho mayor, beneficiado por la proximidad de grandes centros de consumo y la mejor asistencia técnica del país.

¿Qué opciones tuvieron y qué hicieron los campesinos del Catatumbo y de otras regiones aisladas cuando estos cambios de los años noventa los aplastaron?

Algunos se fueron a malvivir como pobres urbanos en Cúcuta y Ocaña. Otros se quedaron en sus parcelas sembrando coca, porque la piña, el café, la yuca, el maíz, el fríjol, la cebolla que producía el Catatumbo antes de 1990, hoy no compiten en las grandes superficies y ni siquiera en los mercados mayoristas de las grandes ciudades, donde les pagan precios tan bajos que no compensan los sobrecostos que imponen las trochas y la baja productividad de la zona.

A miles de familias como las que siembran las 45.000 hectáreas de coca de Norte de Santander, ese cultivo ilegal les permite vivir del campo y seguir siendo campesinos. Ninguna de esas familias campesinas es rica. Siguen siendo pobres, pero al menos pueden tener acceso a bienes de consumo básico.

Esa es la gente que se habría beneficiado del punto cuarto del Acuerdo de Paz firmado en 2016 en La Habana, que el actual Gobierno Nacional ha decidido incumplir. Esa es la gente que protesta cuando le erradican forzosamente la coca. Esa es la gente a la que fumigaron con glifosato en 2002 y a la que quieren volver a fumigar. Esos son los campesinos nortesantandereanos que en 2016 firmaron acuerdos colectivos e individuales de sustitución voluntaria con el Gobierno Nacional para recibir asistencia técnica y dinero para sustituir la coca por otros cultivos, y a quienes no les han cumplido porque el Gobierno se autocomplace exhibiendo mano dura con los más pobres, así sea inútil y cueste más. Todo por el capricho político de no cumplir el Acuerdo de Paz y mostrarse como verdaderos uribistas.

Nuestros campesinos del Catatumbo necesitan mucha ayuda para dejar de sembrar coca. No tendrán éxito empresarial con otros productos si antes no se mitigan esas condiciones que los arruinaron principiando los noventa. Si se insiste en erradicarles la coca, se forzará su desplazamiento. Si se les fumiga, se les condenará a la enfermedad y la miseria. Lo que ellos necesitan es que se cumpla el punto 4º de sustitución voluntaria de cultivos de uso ilícito contenido en el Acuerdo de Paz.

Como nortesantandereano, como habitante del departamento que más produce coca del país que más produce coca en el mundo, busco un gobernante comprometido a plenitud con la opción de la sustitución voluntaria con apoyo económico y asistencia técnica, y no un demagogo que pregone mano dura para erradicar y fumigar, método más caro que causa desplazamiento, enfermedad, miseria y muerte.

El compromiso público con el Acuerdo de Paz y con algunos de sus puntos críticos como el que tratamos, es cosa que muchos evitan. Por eso valoro sobremanera que Gustavo Petro lo asuma a plenitud y sin reservas. Es una de las razones por las que voy a acompañarlo.

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